REMINISCENCIAS, No eran versos, sino quejido

MARINO VINICIO CASTILLO R

En los años ´70 hubo un cambio apasionante de mi vida; abogado de litigación diaria, acostumbrado a las vicisitudes que aquello implica; éxitos y reveses inevitables que pasé en sus oscilaciones sin daño alguno, terminé por olvidarlos.
Ayudaba mucho la preparación deontológica como abogado en formación que recibiera. Se nos dijo: “Cíñanse a esta regla de oro en su conducta: pelear sus casos como propios, pero perderlos como ajenos.”
Se nos armaba a los guerreros de tribunas para conservar la integridad de la salud mental; es decir: “Todo el honor y el coraje en favor del interés que defiendan, pero tengan presente que en justicia hay que tener razón, saberla pedir y que otros lo reconozcan y acuerden. Las dos primeras, hacerlas con lealtad y entereza; ahora bien, si deniegan las solicitudes y aspiraciones, no es su obra, adviértanselo a sus clientes. A partir de ahí, alejen la obsesión de ganar-ganar y aprendan a perder sin que se turbe su amor propio, pues sus obligaciones sólo serán de proveer medios, nunca resultados.”

Nos municionaban los Maestros al decirnos: “Los Médicos no pueden ser obligados a curar al paciente, sino a asistirlos por medios apropiados en su empeño de curación. Los Abogados, claro está, tengan presente que el asunto es más complejo porque una cosa es el quirófano y otra las salas de audiencias, que son hervideros de pasiones e intereses en vendaval. En cambio, el otro inspira a un recogimiento de umbral de muerte. Esencialmente diferentes son las relaciones entre abogados y clientes y médicos y pacientes.”
Mi condición de abogado la presentí desde mi orfandad prematura. Mi padre lo fue toda su vida como leyenda en las diversas tribunas abiertas; no nos conocimos, lo impidió la ausencia de su muerte para siempre; dependí del testimonio de quienes le recordaban en distintos ámbitos: familiar, profesional y político.
Pero bien, ahora cuento mi Reminiscencia, porque ahí se inició la inflexión hacia el cambio de otros conflictos públicos, no interpersonales, bien diferentes.

El día que fui a ver al Presidente Balaguer, luego de su discurso inolvidable al presentar sus Leyes Agrarias, me preguntó “¿Oíste mi discurso?” -“El más brillante de todos los que lleva”-, fue mi respuesta. Y prosiguió: “Te he llamado porque sé bien que entre mis amigos tú crees en eso y quisiera contar con tu ayuda en este Programa que aliento.”
Mi evasiva fue: “Pero Presidente, tengo la emoción de la justicia social agraria, pero de ello sé muy poco; usted me conoce; estoy acostumbrado a una tribuna penal de fuego y le traería a usted mismo muchos problemas.”
Me respondió: “Precisamente, por eso he pensado en tu ayuda; la pobreza campesina es causa suprema. Estúdiala, como haces para otros casos.”

Me derribó y no me quedó nada para negarle mi solidaridad de siempre. Desde CEPAL en Chile, un amigo inolvidable proveyó doctrina y jurisprudencia con una publicación de Conferencias para Profesionales de Reforma Agraria y eso bastó para librar las mil batallas que sobrevinieron.
La noche última que le viera antes del 10 de diciembre del año ´73, que me apartaba del programa, fue cuando me dijo: “¿Por qué tú no publicas tus versos sobre la pobreza campesina? Respondí: “Porque más que versos, son quejidos, Presidente.”
En realidad, fue una inflexión dominante la participación en las bregas social agrarias y de ahí pasé a la lucha contra la Corrupción, contra la comercialización de la Droga genocida, la seguridad individual y colectiva y, naturalmente, la Patria, tan ofendida.

Años después, publico esto como un grato recuerdo:
VIEJO CAMPESINO
Es la enramada,
un pilón tumbado,
el viejo sentado
cavila y rezonga.
La pipa de barro
humeando su pava.
Arrugas sin nombre
sus ojos
azules de humo
llueven sobre el campo.
Su rostro
turbio de cansancio
parece decir
¿somos los del campo
hijos olvidados?
¿Dónde está su mano?
¿la ha cortado el hambre?
¿la quemó la fiebre
de mi desamparo?
¿La enguantó la astucia
de los poderosos?
¿sólo tiene índice
para la desdicha?
¿Dónde se ha ido Dios?
parecía decir.
Tengo siglos
a la retaguardia
sin poder dormir
en el duro catre,
dominando hormigas,
metido entre espinas,
avispas, muerte
y pasmo.
Es el baquiné
de toda mi gente
la fiesta de siempre.
¡Y nunca he dejado
de hacer el rosario!
¿Dónde se ha ido Dios?
Esta tierra suya
sólo me recibe
si paso a ser muerto
ó cuándo me doblo
es para surcarla
y hacer las riquezas
y dar alimentos
para tanta gente
que no oye el Rosario.
¿Dónde está tu mano,
Señor?
¿Te han dejado manco
estos hombres locos?
Al verle rumiar
su tabaco y pena,
quise decir algo,
me detuvo el llanto,
hice del silencio
un bello homenaje.
Sentí en mis adentros
una culpa extraña
y tartamudeando
musité estas frases.
Viejo, El vendrá,
está ya albergado
en tu desconsuelo;
de él saldrán
la luz y la fuerza
conque su tormenta
todo calmará.
Tú verás su mano,
tus nietos escuálidos
sobre tus cenizas
serán sus banderas.
Tú no los verás,
al menos aquí.
Volví al silencio
orando por él
y la desventura
de su oscura raza.
Señor, Señor,
Olvida el resabio
de este viejo harapo,
es un Justo, al fin.
Un Justo que ignora
que el reloj del hombre
nunca da tu hora.
Tal como dijera, cambié las causas de los conflictos interpersonales por esas causas públicas. Ninguna he podido perder como ajena. Eso duele.

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