MARINO VINICIO CASTILLO R
En estos días estuve pensando en la importancia de los libros que leyera durante mi larga vida, los primeros y fundamentales del ámbito profesional, tutelados e impulsados por cátedras magistrales de profesores inolvidables.
Ellos sirvieron, naturalmente, para el desempeño profesional y las necesidades de los casos que éste trae siempre, en medio de complejas situaciones de controversias ineludibles en tribunas, que son, finalmente, ventiladas y dirimidas por los Jueces. No me refiero a ellos hoy por razones obvias.
Lo que quiero es referirme a obras escritas relativas a un ámbito muy sensitivo y peligroso, en el cual participé intensamente como actor de esfuerzos, en procura de dotar de defensa a mi sociedad frente al fenómeno criminal que ha sabido adueñarse de muchos de sus ámbitos fundamentales y producirle daños múltiples y extensos.
Se trata de algunos de los tantos libros que la comercialización criminal de la Droga ha merecido con atención heroica, quizás suicida, de sus buenos y generosos autores y autoras.
Es fascinante comprobar cuando los hechos del presente se apersonan con su crudeza bien palpable y cómo, en aquellos libros que leímos, estaban descritas todas las características de los estragos y daños que terminarían por producirse en los medios sociales, por obra de los desafíos dominantes del crimen en sus expresiones más recias.
Claro está, este espacio no es apropiado para hacer los homenajes que merecen todos aquellos que asumieron ese apostolado de heraldos valerosos, muchos de ellos sacrificados y caídos en el glorioso empeño.
Hoy, sólo quiero referirme sucintamente a tres de esas obras porque en ellas encontré, hace ya mucho tiempo, ingredientes capaces de desarrollarme las angustias necesarias para la alarma y crear así la necesidad de entrar en la lucha y compartirlas bajo patrones arriesgados de advertencia, aunque pudiera ser desoído, como en efecto ocurriera.
En primer lugar, Ioan Grillo, autor británico, escribió “El Narco. En el corazón de la insurgencia criminal mexicana”; ésto lo hizo luego de diez años de residencia arriesgada en aquel hermano país y rindió cuentas en su libro de un modo sorprendente.
En estos días estuve pensando en la importancia de los libros que leyera durante mi larga vida, los primeros y fundamentales del ámbito profesional, tutelados e impulsados por cátedras magistrales de profesores inolvidables.
Ellos sirvieron, naturalmente, para el desempeño profesional y las necesidades de los casos que éste trae siempre, en medio de complejas situaciones de controversias ineludibles en tribunas, que son, finalmente, ventiladas y dirimidas por los Jueces. No me refiero a ellos hoy por razones obvias.
Lo que quiero es referirme a obras escritas relativas a un ámbito muy sensitivo y peligroso, en el cual participé intensamente como actor de esfuerzos, en procura de dotar de defensa a mi sociedad frente al fenómeno criminal que ha sabido adueñarse de muchos de sus ámbitos fundamentales y producirle daños múltiples y extensos.
Se trata de algunos de los tantos libros que la comercialización criminal de la Droga ha merecido con atención heroica, quizás suicida, de sus buenos y generosos autores y autoras.
Es fascinante comprobar cuando los hechos del presente se apersonan con su crudeza bien palpable y cómo, en aquellos libros que leímos, estaban descritas todas las características de los estragos y daños que terminarían por producirse en los medios sociales, por obra de los desafíos dominantes del crimen en sus expresiones más recias.
Claro está, este espacio no es apropiado para hacer los homenajes que merecen todos aquellos que asumieron ese apostolado de heraldos valerosos, muchos de ellos sacrificados y caídos en el glorioso empeño.
Hoy, sólo quiero referirme sucintamente a tres de esas obras porque en ellas encontré, hace ya mucho tiempo, ingredientes capaces de desarrollarme las angustias necesarias para la alarma y crear así la necesidad de entrar en la lucha y compartirlas bajo patrones arriesgados de advertencia, aunque pudiera ser desoído, como en efecto ocurriera.
En primer lugar, Ioan Grillo, autor británico, escribió “El Narco. En el corazón de la insurgencia criminal mexicana”; ésto lo hizo luego de diez años de residencia arriesgada en aquel hermano país y rindió cuentas en su libro de un modo sorprendente.
Fotografía de archivo del 8 de enero de 2016, del narcotraficante Joaquín “el Chapo” Guzmán durante su traslado al penal de máxima seguridad del Altiplano luego de su recaptura en Los Mochis.
México, en efecto, uno de nuestros queridos hermanos mayores, confronta el trastorno en grado sumo y particularmente quiero sólo señalar hoy cómo el brillante periodista británico fue demostrando en su libro el hecho primo de que el Narco en sí, como conjunto de grupos criminales, no era lo que estaba ya en curso, sino una peligrosa plataforma de toma de espacios territoriales en insurgencia para control y dominio de sus poblaciones, luego de haber tenido una larga lucha con una autoridad desgraciadamente muy languideciente.
Ahora he visto tantas experiencias de matanzas colectivas y un hecho doloroso me conmueve como este último que ha sido la muerte del Jefe de Investigación Criminal de México, Milton Morales Figueroa, uno entre muchos, pero en momentos de rebozo sangriento de la paz que aquel pueblo tanto merece.
La otra obra, que la conservo casi con una especie de veneración, “El G9 de las Mafias en el Mundo”, de Jean-Francois Gayraud, potente muestra de hasta dónde el Crimen de la Droga, organizado y en proceso de evolución, invisible, inasible, sigue siendo flagelo cruel de las sociedades y verdugo de los Estados cuya autoridad exclusiva y suprema, que fuera su orgullo, ha terminado por desvanecerse considerablemente.
Hay otro libro fundamental, y éste me ha servido, incluso, para algo que parecería una extravagancia, como lo es poder entender lo que está como precedente de esa guerra de Ucrania, es decir, aquella puesta en “pública almoneda” de alcances mundiales que hicieran las Mafias del orbe para repartirse las riquezas infinitas en los territorios que estuvieron bajo la opresión del dominio soviético, una vez se desplomara la utopía aquella, que llegó a alborozar a Occidente, de tal modo, que se llegó a entender que había llegado el fin de la historia.
Claire Sterling, norteamericana de nacimiento, vivió sus últimas décadas en Italia y era una reportera de guerra tan importante y respetable que en el Vietnam estremecido en su tragedia podía reportar, tanto desde el Norte como del Sur. Ella indicó en su libro “El mundo en poder de las mafias”, obra brillantísima, dotada de precisiones asombrosas en sus citas y fuentes, muchas de las nuevas vertientes que vendrían en los brazos del crimen y se abrirían escenarios peores para la convivencia.
Cuando veo en el presente tantos hechos criminales como el parricidio frecuente, incendio de iglesias por pirómanos menores, secuestros, desapariciones, en verdad no duermo. Me agobia la idea de algo que me advirtiera un colombiano ilustre, Francisco Toumi, autor de “La Droga de los Andes”, hace ya 23 años: “Doctor Castillo, estoy alarmado con los signos que comienzo a ver. Podrían terminar ustedes totalmente gangsterizados, como ocurriera en mi pueblo.”
A él le respondí: “Ustedes han tenido héroes y mártires; nosotros, en cambio, no tenemos a la fecha pruebas de éstos. Víctimas sí; legiones de jóvenes malogrados.”
El Fentanilo en acecho, a punto de entrar a escena me espanta y pienso que esos libros maestros me condicionaron para grandes presentimientos.
Sentado a la sombra del crepúsculo, no lo puedo evitar. Todo ésto me inquieta y aliento a las generaciones menores que lean obras importantes como las que señalo, porque ya la familia toda está bajo amenaza del desastre. Son buenas brújulas para comprender sus trágicos desenlaces.
Esta Reminiscencia es bien peculiar, lo sé, pero el temor me apremia.
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