Trump, como Balaguer, fue satanizado
MARINO VINICIO CASTILLO R

No he encontrado en el cofre de mi memoria un tiempo parecido a éste en el largo camino de mi vida. Aquellos tormentosos días de la tragedia de la Guerra Civil de España, desgarrador umbral de la monstruosa Segunda Guerra Mundial, tuvieron acontecimientos graves como los de hoy.

Yo era un niño, muy precoz, por cierto, pero incapaz de comprender aquel espantoso tiempo, como hoy, desde mi ancianidad, lo hago de éstos, que ocurren en todos los niveles de esta sociedad mundial tan enrarecida.

Los miedos de la posible extinción de la raza humana se originan en los medios de destrucción masiva, suficientemente generalizados, y son muchos los conflictos en capacidad de desatar los demonios del final de todo.

Es ese temor compartido, a escala mundial, lo que hace de esta actualidad un abismo insondable.

Acaba de ocurrir algo en los Estados Unidos que ha estremecido ese estado de cosas y, por fortuna, se han despertado muchas esperanzas de que todavía queda tiempo para hacer enmiendas y rectificaciones capaces de alentar cambios y seguridades en favor de la paz y contener los horrores temidos tanto tiempo por los pueblos.

Es sólo un manjar de esperanzas surgido, claro está, porque seguirá presente el Mal; devorador de las ilusiones mejores de cambios de rumbos y bien se sabe cuántas han sido las veces que se ha impuesto para desgracia de los pueblos.

Trump es un fenómeno a someter a estudios de consideraciones serias y desapasionadas para aprender a respetarle como una expresión exasperada de una Nación inmensa a la cual se le fue degradando haciéndole perder el respeto de las demás Naciones que la han podido sentir alejándose de su condición de modelo a seguir.

Ella es la que ha hablado en su reproche electoral aplastante y los odiosos intereses que la minaran en una decadencia multiforme siguen presentes.

No es Trump, el elegido, quien merece el mayor respeto. Es la voluntad clara y potente de ese pueblo que ha enviado un mensaje terminante de que lo que ha habido allá en los últimos tiempos es imperdonable; que es necesario sacudirse las pátinas de decadencia que lanzaron los errores de gobiernos sucesivos lamentables y hay que cambiar esos rumbos desastrosos.

El pueblo habló bien claro. Que no se equivoquen los rufianes de la política y del gran capital y vuelvan a sus maldades contra ese hombre, ungido después de soportar las pruebas duras y crueles de sus persecuciones demenciales.

El crédito de su utilidad lo acaba de otorgar el pueblo y sería contra éste que irían sus nuevas maldades y fechorías. Fue tan enfático el mensaje, que la elección se transformó en referendo o plebiscito, cualquiera de estas dos expresiones jurídicas de la voluntad popular.

Tan enconado fue el asedio a Trump, que pareció al final que lo propuesta era “¿Quieres y apruebas de Trump, sí o no?”.

Estaban convencidos los sitiadores de ese fuero humano de que estaba listo un convicto pendiente de condenar por un proceso penal y múltiples civiles y se llegaron a creer invencibles, aferrándose a sus propios excesos delictivos creyéndolos imbatibles.

“Usted es el reo, yo soy la ley”, llegó a decirle muchas veces su adversaria. Pues bien, convocado el mega jurado de millones de los hijos de la generosa tierra, sólo era cuestión de esperar el martes mágico que libraría para siempre de ese peligro a la desconcertada Superpotencia, que se le llevó a un momento en que era difícil saber quién gobernaba.

Hasta ahí se atrevió a llegar el abuso, a poner “de dedo” una candidata, después de vejar y destituir a un Presidente que fue perseguido por las cámaras todo el tiempo, para hacer reir a la gente con sus desorientaciones al bajar de las tribunas; o de sus lapsus lingüe, tan frecuentes.

Todo listo para salir de Biden y de Trump y, desde luego, teledirigir a Kamala en la conspiración perfecta. Sólo que se olvidó al pueblo y su posible malhumor desde el año 2020, cuando y donde comenzó la gran conjura. Ahora ocurre que al hacer los cálculos de cierre de ambas votaciones, la del 2020 y la última plebiscitaria, faltan 10 millones que pudieron votar en la anterior por la opción demócrata. ¿Qué pasó ahí?

El hecho es que jamás se levantó un patíbulo como el programado por la política en su versión más turbia; el Gran Capital en su más insaciable codicia, y lo más penoso, la prensa y la comunicación social clásica.

Se derrumbaron sus planes y sueños arrogantes y el pueblo habló y lo hizo bien claro, para que no queden dudas de cuál ha sido su preferencia. Y el gran culpable de las acusaciones más feroces, el Jurado imponente de 75 millones de los votantes lo dijeron en urnas: “Caballeros, el hombre es éste; el que ustedes tanto detestan”. Vox populi, vox Dei. Voz del pueblo, voz de Dios.

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