REMINISCENCIAS, COMPLACIENDO PETICIONES.

En mi última Reminiscencia conté una parte de mi entrevista con el Presidente Balaguer, a finales de noviembre del año 1973.

Recordé lo que me dijo de unos versos sobre la pobreza campesina y me instaba a publicarlos. Le respondí: “No son versos, sino quejidos. No valen la pena”.

No imaginé que despertaría interés hacerlo ahora y me equivoqué. Recibí llamadas de gente interesante que me pidieron hablar más del encuentro. Recordé cuando me apartara de mis responsabilidades dentro del Programa de Aplicación de Leyes Agrarias, aquel día 10 de diciembre, y me conmoví, pues me aguijoneó también la tentación de contar algunos otros detalles del encuentro con aquel gobernante, tan experimentado y diestro.

La experiencia fue simple, amable: Yo, quejoso por el curso lento de la aplicación de las Leyes; la falta de mística en la burocracia encargada de aplicarlas y, sobre todo, un oscuro contraprograma agrario desde el propio gobierno, otorgando tierras del dominio público a militares de mandos muy fuertes.

El Presidente, en cambio, muy empeñado en calmarme en una forma sutil, hablándome de la conveniencia de que hiciera públicos mis versos.

Comprendí que era una manera de halagarme y disuadirme del enojo y la frustración que expresaba, y me dijo: “No sé si te ocurre algo que también yo siento, a veces, cuando voy al seno de su pobreza y más comprometido me siento con los campesinos sin tierras. Pero dime, ¿cuándo, cómo y a qué hora tú escribes versos sobre ellos? Me envolvía en lianas agradables para no dejarme salir del lado de su empeño tremendo.”

Me dijo: “Estuviste magistral en Cotuí, en la Comisión de Desarrollo; oportuna y vibrante tu advertencia sobre el destino incierto del oro; me emocioné cuando dijiste que “más que el de la Rosario, el verdadero oro era el rescate de los miserables del campo.”

Confieso que sentí admiración y respeto por cuanto me decía con ese elogio y le contesté: “Así es, mi querido Presidente. Esas audiencias que celebramos en los campos para juzgar las injusticias del acceso a la tierra, comprometen y hacen rebelde a cualquiera. Una cosa es hablar de los pobres y otra sentarse con ellos en su piedra. Escribo mis quejidos en el viaje de regreso.”

Dije más: “Usted comprendió mi violento discurso en La Canela, por las cuota partes del riego que no habían sido entregadas; estaba irritado por las proporciones de tal injusticia y hablaba luego de los dolorosos testimonios de los excluidos, muy tristes. Quizás me oyó hablar de la pobreza del villorrio de Mella en el Sur lejano y todo eso lo utilizan para deformar; es esa la realidad nuestra; ciegos son los que no se dan cuenta de que mientras más contengan la aplicación de las Leyes, mayor será la desgracia de nuestro pueblo; vendrán marginalidades inmanejables; el crimen triturará nuestro sosiego,”

Me repuso: “Por ello es que te creo necesario para el Programa; desde luego, ten presente que es un infierno esta silla en todas partes. ¿Tú ves? Te quejas de que se invierta tanto en la construcción urbana. En Francia se dice que ella irá “según vaya el carpintero”. Ten paciencia, seguiremos en los campos, las viviendas, las canchas y las escuelas, pero según los ingresos. Ten paciencia y espera.”

Confieso que era tal mi encono que no pude complacerlo, y días después me despedí de su Programa, no sin pesar. Algunos días después disolvió las cinco Comisiones creadas al principio para la Aplicación de las Leyes;dejó una sola de 10 miembros y puso a dirigirla a un brillante combatiente por la justicia social, mi inolvidable amigo, ya desaparecido, Luis Estrella; en el año 1980 pasó a ser un fundador inmarcesible de la Fuerza Nacional Progresista.

Todos se han ido; tan sólo quedo yo y los recuerdo; Balaguer a la cabeza, el eje sorprendente de nuestra historia reciente. Sus dos transiciones apacentadas en años terribles como el ´61 y el ´66, post tiranía, post fratricidio y guerra fría. En el año ´72, abrió un frente en la pobreza campesina.

Es difícil imaginar cómo hubiéramos podido pasar por tales tormentas sin su guía. En su homenaje traigo estos otros quejidos; no versos de aquel tiempo.

Dos Naciones y una Tierra

Por: Vincho Castillo

Este cerco de hambrientos,

oprime

y entristece.

Esta niñez

escuálida

y muriente

que el alma

acongoja y avergüenza.

Las preguntas

de los hijos inocentes

¡cómo turban

y ensombrecen!

Para su asombrada ingenuidad

se fugan las respuestas

¿Porqué no no van a la escuela?

¿Porqué los pantalones rotos?

¿Por qué piden?

¿Dónde duermen?

¿Qué, cuando enferman?

En verdad,

hijos,

no hay modo

de salvar la conciencia.

Drama amargo,

insomne,

que nos afrenta

y corta la alegría

como una sierra.

Adefesio absurdo

eso de ser dos Naciones

y sólo una Tierra.

Hay una senda

para desandar

a todo lo largo

la indiferencia.

¡El amor!

¡La profunda devoción

por la desventura!

No sentir goce

ni orgullo

que no puedan compartirse

¡hacer lo mío, menos mío

y más tuyo!

Pan,

tierra, libro y salud,

que del milagro

tendrían la virtud.

En la vertical agonía

de los que gimen

no ser techo,

ni confín horizontal

de las desdichas

del pueblo nuestro.

¡Tal es la senda!

Sentirnos mendigos

mientras

andrajos amortajen

las dolientes mayorías.

En fin,

hijos,

jamás repugnar

de la pobreza

y respetar el contorno

como un corazón

lleno de nobleza.

Petición del ilustre muerto y de gente interesante.

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