Author: Dr. Marino Vinicio Castillo R.
Al fin se dio el evento de los mayores presentimientos y sobresaltos del martes 5 de Noviembre y Donald Trump ha resultado el héroe triunfador en forma aplastante.
Ahora parece que se inician las mixtificaciones de la cobardía que lo persiguiera en forma inmisericorde y los grandes maestros de las falacias, que estaban tan extenuados y lucían al amanecer de miércoles tan tristes, parece que se reagrupan para reiniciar sus tareas corrosivas.
La realidad es que no pudo la infernal maquinaria de infamias y desinformaciones vencer a aquel hombre asombroso, que soportó con estoicismo indescriptible el peso de cada proceso abierto, especialmente el más patético e indecente, el de la porno, la dama hetaira que obtuvo una indemnización en lo civil muy anticipada de más de 200 millones de dólares, como una deriva de la acusación penal existente, que consistió en imputarle al millonario que se había acostado con ella hacía algún tiempo, una monjita del templo sagrado, y al cabo de los años, cuando decidió participar en política, la quiso sobornar para que ella no revelara aquella ocurrencia. Le acusaron de bloquear la justicia y en lo penal de fondo lo declararon culpable y estuvo a punto de ser encarcelado por largo tiempo.
Ahora viene a ocurrir que el pueblo norteamericano se levantó a votar y, constituido en un jurado gigantesco, lo premia con su confianza y lo hace dominante en los dos poderes públicos fundamentales de aquella generosa Nación, tan vilmente llevada a colmos de escándalos persecutorios inverosímiles.
¿Qué pretenderán hacer nuevamente los malvados de la gran Trama contra este hombre, si ya es el elegido por su pueblo para guiarle, muchos creemos que por obra de Dios?
Las bajezas que se han cometido contra ese ser humano de excepción, lo cierto es que están desconcertadas; no saben qué hacer, ni decir, prensa y comunicación social clásica incluidas.
Oyendo sus explicaciones mentirosas, se sienten las náuseas llegar, junto a un sentimiento de desprecio por los autores de tantas maldades. Ni siquiera el gravísimo atentado visto en televisión por medio mundo y la reacción valerosa de la víctima, como tampoco el misterioso movimiento del viento haciendo una clara cruz con la bandera que allí ondeaba, les llevó a detenerse en sus planes.
Y, por el contrario, siguió el programa de Magnicidios en series en otros escenarios y en lo más altos niveles de los infames se llegó a decir “que esos otros intentos fallidos lo que significaban era lo peligroso que era Trump, por lo que habría que entender que Caifás regresaba con su lógica y prédica letales, al afirmar: “No importa sacrificar a un hombre si se hace en beneficio de los demás, por lo peligroso que resulta dejarlo entre los vivos.”
Les salió el tiro por la culata, otra vez, y el largo brazo de su gracia infinita hizo el milagro continuo de preservar a Trump, que lo arriesgó todo, vida y fortuna; que padeció persecuciones implacables, con tal de hacer los esfuerzos por rescatar su pueblo del desastre en que lo han sumido poderes gobernantes, a grupas de sus lucros inmundos que han hecho las Guerras y se han creído en capacidad de hacerlo, dando las espaldas a Dios.
Les salió al encuentro el Señor y, helos ahora, sin sonrojo ni remordimiento, atajando una derrota tremenda, en medio de la alegría de ese pueblo inmenso, que ahora sabrá, no sólo del elegido Trump, sino de un Kennedy valeroso, situado en áreas de sus empeños apasionados por la salud y el alimento de su pueblo y un Vance, joven y brillante, oriundo de las colinas, cargado ya de lauros y otros más que se agregarán para una administración dinámica y certera, libre de aquellos achacosos traidores, que en su primer periodo fueron verdaderos Judas.
Y no son sólo esas muestras de la calidad humana las que le acompañarán, sino la de alguien a quien Trump definió con una expresión muy penetrante: “Ha nacido una estrella: Elon Musk”, que ya habla de la reorganización del Estado norteamericano, con “sus locuras de cientos de agencias burocráticas inútiles”. Él, que es un hombre que ya tiene hazañas increíbles en su pasión por allegarse al espacio profundo, el viaje a Marte incluido.
A mí, tan sólo con ver la desaceleración de uno de sus cohetes al regresar a la tierra, desde velocidades muchas veces superiores a la del sonido, para posarse mansamente como si fuera un globo aerostático, ello me atrajo y convenció de que lo que viene con Trump no es sencillo; parecería que no es de este mundo.
Le oímos, además, en sus discursos en Pensilvania, donde se ganara, tan comprensibles, con la misma emoción con que pudimos oir el patético y triste discurso que resultaba una biografía del dolor de Robert Kennedy Jr. en el cierre de campaña, explicando el Partido Demócrata que dejó de ser y perdiera tanto su familia.
Señores, estamos hablando de valores de cuestiones superiores. Quizás por eso lucían tan enanos y ridículos los vanidosos y prepotentes dueños de las verdades contra Trump para pulverizarlo. Ya éste es parte de la historia.
Y no hay dudas, por otra parte, que nosotros tenemos que ver en ésto algo que mucho nos concierne; Trump y sus ideas fundamentales sobre cosas esenciales nuestras, tan gravemente comprometidas, resulta nuestro aliado natural, por no decir absoluto, porque su discurso es el nuestro. Aún más, ahora comenzamos a ver que antes de juramentarse se está hablando de cosas que quiere introducir en la organización jurídica de su Estado, como lo es limitar al jus sanguini como medio para obtener la nacionalidad, derogando al jus solis, que por el hecho del nacimiento la otorga.
Ese es nuestro sistema, constitucionalmente consagrado todo el tiempo. Fue girando alrededor de ese eje prodigioso del aseguramiento de la Nacionalidad que pudo brotar el glorioso Fallo 168 de nuestro Tribunal Constitucional.
Ahora, lo que tenemos que hacer es unirnos y blindarnos frente a la traición para poder alzar la voz más fuerte y limpia y decirle al nuevo Presidente norteamericano: “Hemos sido infatigables en la advertencia de que las soluciones difíciles de los gravísimos trastornos de Haití hay que buscarlas en Haití, no a costa de nuestra autonomía, nuestra soberanía y nuestra independencia.”
Y decirle más: “Amigo Presidente, hemos clamado ante la renuencia de una Comunidad Internacional hipócrita e indiferente, que nosotros, sin poder, hemos contribuido más que cualquier otro pueblo a aliviar esas carencias terribles, pero que nuestra seguridad nacional no puede ser mermada ni destruida. Usted, Presidente, con la enorme fuerza moral de su gran victoria, está en las mejores condiciones de acudir en nuestro apoyo y protección. Una mínima parte de su coraje para reprochar a OTAN y Unión Europea, bastarían para meter en cintura a estos abusadores de la Geopolítica, que han estado socavando los cimientos de este pequeño, pero noble Estado Nación, que nosotros decimos como dice usted del suyo: República Dominicana primero.”
Al Presidente Abinader que aproveche este viento formidable de cola que ha recibido nuestra Patria y que sostenga con nueva fuerza la gratitud de la Nación para con un hijo esclarecido de Norteamérica, el Senador Charles Summer, amigo entrañable de Abraham Lincoln, que nos salvara desde el Senado en el Siglo 19, y que ahora él, Donald Trump, desde la presidencia, está en capacidad de ejercer uno de sus bellos gestos por sostener convicciones de justicia y respeto y él sabe bien cuánto nos ocurre.
Pero bien, siento la necesidad de una deriva, porque en estos días, no sólo he vivido esta experiencia colosal del regaño del pueblo norteamericano a los intereses malvados, sino que me encontré con otra, que no corresponde a este tiempo, pero que me ha chocado sensiblemente sentimientos muy amargos.
Desde muy joven comencé a saber de un personaje importantísimo del mundo que encabezara la lucha por la liberación y la independencia de su pueblo: el Mahatma Ghandi de India.
Sus luchas fueron sublimes bajo la consigna sagrada de la No Violencia. Pocos, desde el principio, creyeron lograrlo así, pues se trataba de una inflexión inconcebible por la independencia de la joya de la corona del colonialismo de la poderosa Inglaterra de entonces. Quien lee alguna de sus notables biografías queda necesariamente fascinado con la figura de aquel desnudo cubierto por escaso paño y su chiva compañera, así como su palo de mendigo.
Una conciencia profunda y estremecedora que cultivó el seguimiento más numeroso de todos los tiempos. Fueron cientos sus cortas sentencias moralizantes que sobrecogieron al mundo; sus gestos en favor de la paz y la armonía en libertad para los hombres sobre la tierra, se reputaban como mensajes propiamente de un enviado. Su sabiduría fue cátedra viviente para millones de seres humanos envueltos entre los océanos y volcanes de las pasiones y los intereses sordos del egoísmo y la falta de compasión y el Bapu, desde su desnudez, persuadió al planeta de la justicia de su causa, y ésta culminó glorificando todos sus esfuerzos.
Desde luego, tuvo que luchar con divisiones internas terribles, con injusticias inverosímiles, y al lograr la independencia se tensaron los rencores y se partió en dos su pueblo con murallas insalvables como las del fanatismo religioso y, hacia abajo, con desigualdades de castas y parias inconcebibles y fue asesinado en el umbral de un viaje, desesperado en procura de una reconciliación entre India y Pakistán, gravemente divididas y enfrentadas.
El ácrata asesino, un fanático, entendió que el padre de esas dos naciones traicionaba la suya propia, la India prevaleciente, y especialmente al hinduismo.
Millones de muertes se produjeron en aquella tristísima coyuntura, pero, lo que pretendo poner de relieve es la amargura que me ha producido ver un documental en redes sobre la India, bajo un título merecido, “Una Superpotencia Emergente”, al tiempo de enterarme de algo, para mí desolador. Ocurre que destacan algo cierto sobre la enorme importancia de India como Estado poderoso en lo económico y hasta en sus altas murallas de defensa para todos los riesgos que puedan levantarse en ocasión de su espectacular auge.
Pero el documental invita y tiene en la base un testimonio intercalado en fragmentos de un nieto de Gandhi. No puede éste ocultar su frustración y tristeza, pues el poderoso partido político de gobierno de la autoproclamada “mayor democracia del mundo” tiene dirigentes importantes que consideran al Mahatma “un traidor de su verdadero pueblo” y hasta no dejan de justificar su asesinato por ello; sobre todo, cuando se piensa que el asesino era miembro de ese partido, cuando no tenía las dimensiones descomunales actuales.
Ocurre que hay en marcha un movimiento desde el gobierno para perseguir y separar del hinduismo toda otra perniciosa compañía étnica, incluida la delicada cuestión de la religión, que ya el Pakistán impuso desde el principio en medio de odios tremendos. Ambas naciones con arsenales atómicos y muchos rencores acumulados que pueden constituirse en percances terribles para el mundo.
En verdad, vivir tanto tiempo me asusta y al terminar el peligroso y largo camino de la existencia uno piensa que no está preparado para presenciar, ni saber, de cosa como esa. “¡Ghandi, traidor de su pueblo!”, dicen los que lo disfrutan libre e independiente con la sangre y el sacrificio de quien lo lograra. Es esa una muestra horrenda de lo que es la ingratitud de los hombres y los pueblos.
Vuelvo a Trump, por Dios, y guardando las siderales distancias de aquello, no dejo de pensar que los magnicidas en serie modernos lo han tenido programado para la muerte, por ser “un peligro indefinido”, mientras él declara al obtener su victoria: “¡Dios me salvó para hacer algo, para que salvara a mi pueblo!”.
Ese pueblo, que lo pudo ver caer exclamando con los brazos en alto: “¡Luchen! ¡Luchen! ¡No dejen de hacerlo!”
Curioso, un multimillonario que lo arriesgó todo porque cree que tiene misiones qué cumplir por encargo divino.
Dios ha de cuidar que no se tome esa pretensión del héroe electoral del regreso, como un elemento más de porqué hay que sacrificarlo, según promoviera en su tiempo Caifás, para otro que Ghandi elogió en una forma realmente prodigiosa; una vez que le preguntara cómo eran sus relaciones con Cristo, y él respondió: “Son magníficas, aunque he tenido algunos problemas con los cristianos.”
Dije que estaba rumiando la experiencia y debo decir algo más. Cuando el Mahatma recibió el primer balazo, su expresión conocida, después del hecho, fue: “¡Oh, Dios mío!”. En un hindú puede ser extraña, es lo que pienso, dada la devoción preliminar por sus deidades. No descarto, pues, que esa dirigencia partidaria que hoy impulsa el enorme progreso de India, haya tomado nota de esa última expresión del Bapu y sea éste un cargo remoto e inédito de su justificación acerca de lo válido que pudo ser el asesinato de “ese traidor de su pueblo”. Estoy rumiando, sólo rumiando.
Y no es nueva esa ruina de la conducta humana. Hay proverbios muy antiguos, como aquellos de que Todo Redentor de su pueblo resulta sacrificado” y que “Nadie es Profeta en su tierra”.
Pero bien, tenemos servida la mesa de un banquete de esperanzas con este gobernante tan diferente a los que tanto abundan. Muchos son los pueblos que están con los dedos cruzando, rogando porque no lo malogren y dejen que a su regreso pruebe los propósitos de paz y de amistad con adversarios, a ver por dónde saltan los provechos de la libertad, las reconciliaciones indispensables para que se apaguen estas hogueras que hemos estado viendo arder por tanto tiempo, sin que el gigante de la democracia y la libertad, el pueblo norteamericano, diera señales de recuperación de sus graves averías sufridas por los desaciertos de su poder político y la consiguiente zozobra de pueblos, entre ellos algunos que van ya partidos en dos, una de sus partes dando tumbos mendicantes en una indigencia internacionalizada que aterra, como es Venezuela.
El nuestro, viendo tejer su mortaja desde los rincones hediondos de una Geopolítica injusta, que supo apelar a los asesinatos en masa de poblaciones inocentes con tal de volcar los empavorecidos sobre nuestro territorio y nuestra paz. Otros, finalmente, sojuzgados por décadas, esperando que les llegue el tiempo de libertad que tanto merecen.
Trump, el árbol vigoroso de densa sombra, que puede hacer tantas cosas favorables al progreso y la libertad de esos pueblos, está consagrado por su glorioso retorno al poder y viene a guiar los apuros de su pueblo de excepción y con ello brindar apoyo y esperanza a tantos otros pueblos, como Dios manda y espera.
El odio fracasó; la persecución, lejos de destruirlo, sirvió para iluminar sus caminos y ésto es lo que estamos empezando a ver en nuevas pruebas que el cielo aprueba. No harán nada conjurándose otra vez y, si lo intentan, sabrán que el pueblo que cargó en hombros de urnas a uno de sus hijos, no podrá ser desviado nuevamente hacia destinos inciertos.
Ésta es la Primavera americana, no la infortunada Primavera árabe que se pretendiera desde los errores de gente inteligente, pero obviamente turbada por motivos muy inherentes, alejados de las verdades y necesidades de su otra tierra.
No era exportable el modelo norteamericano y fue en Egipto donde se proclamó la necesidad de hacerlo y, de no ser por su Ejército, el de Nasser, Sadad, Mubarah, los Hermanos Musulmanes establecerían un Estado Islámico colosal, un Califato, y todo hubiera sido peor y más complicado de cuanto ha ocurrido.
Estamos en una yihad virtual y no cesan los peligros abismales de Irán, ya confesando su capacidad nuclear posible para incinerar a Israel, en horas, totalmente. Los portaviones en sus mares y los B52 sobrevolando Yemen, vigilando los huties y cuidando el Mar Rojo, todo a punto de estallar, incluso una posible legítima defensa de Israel ante la inminencia de su destrucción.
Todo eso fue labrado a base de torpezas y desatinos que Trump tendrá que enfrentar y enderezar, para gloria de su pueblo.
¿Tienen ustedes, amables lectores, una idea aproximada siquiera de esos rostros de la catástrofe en curso, que aún ahora, en el interregno de la transición, sólo Dios sabe cómo puede evolucionar hacia lo peor? Hasta ahí pueden llegar las insensateces intolerantes de los soberbios que han caído rendidos ante este Trump colosal del regreso a la Casa Blanca.
Que Dios mantenga su mano firme en el mando en favor de los destinos de las Naciones. Es mi ruego.
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