He tomado una decisión a estas alturas en que estoy que me huele a testamento. Durante muchos años supe bregar con ardor en muchas controversias públicas en todos los ámbitos y me labraron una reputación exagerada de apasionado ante mis adversarios.
En realidad, no era tal cosa mi intensidad en los temas; se trataba de una vehemencia serena más bien, que no aceptaba apacible la calumnia de que era un “fabulador”. Por ello tuve que aguardar muchas veces el paso del tiempo que me viniera a dar razón en lo alegado seriamente, deformado como fantasioso. En ello no supe jamás transigir y afortunadamente me quedaba memoria para ajustar cuenta con mis contradictores.
Pues bien, he llegado a un trecho del viaje convencido de lo válido de mi aquietamiento, no por fatiga ni remordimiento, sino por convicciones serenas, que me llevaron muy lentamente a una distancia muy sana de tentaciones y arrebatos.
Sin embargo, dicho ésto con pleno conocimiento, debo confesar que ha ocurrido algo en los últimos meses vividos que me ha inquietado como nunca antes. Estoy, si se quiere suponer, asustado; siento un temor enorme que ha sobrevenido al irme enterando, con el asombro de sentirlo por primera vez, de los estragos causados y por causar por un Opioide de nombre Fentanilo. Las mayores alarmas proceden de las sociedades más importantes por su desarrollo y riquezas; así que los débiles y poderosos, de todas las naciones, están ya expuestos a sentir los daños espantosos del consumo de este aliento mortífero del diablo.
Claro está, tengo que admitir que mi descuido en darme por enterado, a tiempo, de lo que sería para la humanidad este azote, no tiene perdón, pues estuve por décadas en los ámbitos de la lucha contra las drogas como generadoras de riquezas y sufrimientos inverosímiles y no debí perder de vista cosas como aquella que relatara en mis “consejos de un anciano a un joven Presidente”, cuando el doctor Giuseppe Arlacci, Director Ejecutivo del Programa de las Naciones Unidas para la Fiscalización de las Drogas y el Delito, con asiento en Viena, en una de sus visitas me contara que su amigo, el juez inmortal Giovanni Falcone, era un visionario, una especie de enviado que conocía más que nadie el peligroso mundo de las drogas, y ya le decía antes de su trágica muerte: “Todavía no ha llegado lo peor, porque con los opioides y las drogas sintéticas no se estaba presintiendo siquiera su posible deriva desde la buena medicina, como ha sido siempre, a su conversión en instrumento del crimen.”
Hablaba de Bélgica y del doctor Paul Janssen, que logró sintetizar el Fentanilo para servir como un estupendo anestésico, en el principio, sin presentir tampoco las asechanzas del crimen, cuando los precursores fatales, mensajeros terribles de la muerte, lo pervirtieran.
Quiero decir que yo tenía esa información tremenda por lo que no debió sorprenderme la disputa de responsabilidades surgidas desde Estados Unidos a cargo de China y México; asimismo, no debió asombrarme tanto lo revelado por brillantes exponentes del periodismo de investigación de España, que en su importante diario El País publicaran en fecha 14 de enero de 2024 un magnífico artículo titulado “Fentanilo, retrato de un asesino de masas”, que por cierto, yo le recomendara al joven Presidente nuestro que lo leyera, como una manera de empezar a medir los peligros que todo ésto encierra.
Pero bien, no es el momento de dedicarme a lamentar si lo sabía o no, ni porqué me sorprendí tanto con las pruebas nuevas y frescas de que el mundo tiene ya por delante un azote implacable capaz de estragarle como una catástrofe humanitaria jamás padecida.
Debo pasar, pues, a describir mi estado de ánimo, ya en el ocaso, y servirlo con la honestidad de una lección que pueda servir para comprender la espesa complejidad de este desastre que nos destruiría para siempre muchas de las cosas que hemos tenido como valores de nuestra civilización, si no se logra resistirlo mediante el muro de una cultura generalizada de rechazo.
Comparé, por decirlo con candidez si se quiere, que durante el interminable viaje por la vida siempre en mis luchas sentía satisfacción cuando lograba evadirme de sus riesgos; cada vez más satisfecho de poder superar los peligros, considerando que era una especie de logro, una versión del éxito; luchar y salir indemne; que no me alcanzaran los peligros propuestos para disuadirme de mis tórridos empeños.
Me recubría con la conciencia del deber cumplido y creí que eso me bastaría para un reposo final, y decía con frecuencia, citando al Dante: “Dejaré al tiempo la ardua sentencia”.
Me sentía bien compensado cada vez que se podía hacer algún hallazgo de verdades de cosas que propusiera en su momento, que no fueron creídas, ni respetadas, porque había que insultarlas para degradarme.
Pareció darme razón el futuro de entonces, que es nuestro presente. Eso lo creí siempre y fue una especie de gloria íntima, muy honda y personal. Y me decía: Me iré tranquilo y perdonando a cuantos me hayan ofendido, según la oración mayor de mi fe cristiana; y será apacible y manso el tiempo en que habré de partir y gracias a Dios confío en que me haya perdonado de mis pecados, naturalmente.
Sucede, ahora, en cambio, que me siento atrapado, como si fuera mordido por el peligroso escualo de la equivocación. No tengo paz y siento un doloroso temor; no puedo decir como antes: “Me salí de este nuevo peligro, porque no estaré aquí cuando llegue plenamente”. Lo que me aterra en la actualidad es la suerte de los millones que quedan; ya no se trata de mis hijos y los hijos de mis hijos, sino de todos los del mundo entero.
El Fentanilo, si no se le enfrenta debidamente, será su vencedor y el planeta un nuevo infierno.
Desde ahí surge el acento testamentario de mis temores ofrecidos como legado. Es decir, todo cuanto sostengo no es más que una modesta aportación para la comprensión de este gran mal que se presenta como una enorme leucemia.
Tendré necesidad de escribir una segunda parte de esta entrega, refiriéndome, claro está, a los aspectos hasta ahora revelados de ese grave trastorno que ha comenzado a corroer las entrañas de los pueblos, el Fentanilo. Si no se organizan la Naciones, aún aquellas que incubaran los precursores que lo envilecieron, su consumo será la primera y suprema causa de muerte, más que las guerras todas, ocurridas y por ocurrir.
Es más, es tan potente la aparición de este fenómeno, que no sólo asegura daños inauditos en las sociedades organizadas como estados de derecho, las más avanzadas, sino que el propio Crimen Organizado está confrontando estremecimientos en sus organizaciones mayores de la Región, que se extenderán necesariamente hasta las Mafias más antiguas.
Ésto no creo que tenga precedentes criminológicos comparables y veremos porqué: El tráfico de drogas tradicional terminó por alcanzar perfiles y relieves de imperio, después de años de luchas crueles entre sus Carteles; después de derramar ríos de sangre para asegurarles espacios a sus operaciones; después de moler de corrupción a la autoridad a escala mundial y de generar riquezas infinitas que ya son decisivas en los circuitos lícitos de muchas economías sensitivas; después de triturar la honra del quehacer político con sus grandes escándalos que van desde el apoyo hasta la participación directa en la toma y ejercicio de poderes públicos vitales.
Todo ello, asumiendo un protagonismo que no ha estado ausente de ninguna actividad tenida como apropiada: Una imponente riqueza que todo lo arrasa y pervierte, a cambio de la tragedia de la adicción que sufren las gentes tenidas como normales, en crisis existenciales.
Se enfermó a gran parte del mundo y las juventudes especialmente devastadas; ahora su magia siniestra de ofrecer los penosos placeres de las supuestas potencias de esas drogas malditas, ha sido desafiada por este ominoso Opioide, el Fentanilo. Es traficable en volúmenes imperceptibles y no hay alardes sobre su precio, que está en los niveles de mentas infantiles. Que puede ser elaborado por cualquier hijo de vecino en un patio cualquiera; una pastillita que ofrece, no obstante, el frenesí del “paraíso deseado”, pero que, desgraciadamente, una sola dosis basta para impedir la vuelta del regreso y lograr tratamiento y curación.
De ahí salen los espectáculos de invalidez e indefensión de sus enfermos, deambulando sin poder responder de dónde vienen, hacia dónde van, a quiénes tienen y quiénes les pueden amparar y requerir. Un asesino que tiene una letalidad cincuenta veces mayor que la de la heroína.
Así las cosas, se puede afirmar que ha ocurrido un terremoto en el mundo del Crimen de la Droga. Los Estados asaltados o tomados, ya, tendrán que reaccionar; las familias destruidas tendrán que organizarse y sus reductos salirle al frente al gran mal de los tiempos, o desaparecerán.
En fin, se ha creado un ambiente muy diferente para el propio crimen conocido y ésto me lleva a considerar lo que ocurre con el crimen de máximo nivel de México, pero no sólo en México, sino en una Corte de Justicia norteamericana que ha tenido la experiencia histórica de juzgar y condenar a uno de los mayores Capos conocidos y, ahora, tendría que hacer lo mismo con otro tan importante como aquél, en medio de unos enredos de testimonios entrecruzados de hijos condenados y por condenar, traiciones inconcebibles y hasta un estudio de una norma dormida sobre la pena de muerte, a ver si es posible aplicársela a Ismael El Mayo Zambada, todo porque el Fentanilo hace su gran debut, su premiere, en la historia del crimen mundial.
Observen por dónde va la alarma del stablishment; sus fiscales procuran el arma de la pena de muerte para negociar con los grandes imputados, amenazándoles, no sólo con la pena de prisión perpetua, sino de la propia muerte.
Tengo que detenerme por razones de espacio y dejar para la segunda parte la interpretación que le diera a un hecho inaudito, en el cual supuestamente uno de los dos fundadores del Cartel de Sinaloa fue engañado y traicionado por un hijo del otro hombre condenado a prisión perpetua.
Pero esa es una vertiente que debe ser tratada cuidadosamente, pues México ha tenido que padecer el flagelo del crimen de la droga en una forma cada vez más dolorosa y han sido muchos de sus hijos los que han sabido caer en las nobles tareas del periodismo. Es por ello que es necesario leer obras como las que han escrito valerosos exponentes del periodismo mexicano como Anabel Hernández en su “Los Señores del Narco”, y particularmente un corresponsal inglés, Ian Grillo, en su “El Narco en el corazón de la insurgencia criminal mexicana”.
En obras como esas se encuentran los rasgos fundamentales de los personajes que han dominado toda la comercialización criminal de la droga al través del Cartel de Sinaloa, es decir, Joaquín Guzmán Loera -El Chapo Guzmán- e Ismael Zambada García -El Mayo Zambada-. Veremos en la próxima entrega la interpretación que le di a la captura de este último, porque pienso que resulta difícil de entender que el personaje más extraño y misterioso, que pasara cerca de cinco décadas sin poder ser alcanzado por la ley en su país, ahora se presente en una trampa inconcebible, como si hubiera perdido todo el sentido y la prudencia de su cautela de siempre, para ser traicionado por un joven hijo del otro.
Es decir, cuando se ha debido entender que después del juicio y la condenación a pena perpetua de Joaquín El Chapo Guzmán, y servir para ello tanto el testimonio del hijo de El Mayo Zambada, entre las familias debió de sobrevenir una enemistad mortal por necesidad, donde es difícil creer en una inefable traición de un cuasi adolescente frente a un hombre tan evasivo como El Mayo Zambada. Pero ésto hay que documentarlo mediante citas y tratarlo más a fondo.
Mis preguntas de siempre: ¿Lo que sostengo hoy sobre el Fentanilo y mi alarma, acaso no es lo mismo que le planteara al Presidente de la República cuando fuera designado como Presidente de la Coalición Global para las Amenazas de las Drogas Sintéticas, por un gesto de confianza del Presidente norteamericano Joe Biden? ¿El Fentanilo al cual se refiere ese Foro tan importante de 130 Naciones, es el mismo que yo refiero para hacer mis advertencias y expresar mis turbaciones en el ocaso de mi vida? Lo que estoy haciendo es una advertencia indesechable, no lo olviden. Confío en Dios, como siempre, para merecer su comprensión, amables lectores.
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