Inevitable ha sido recordar por sus nombres mis Maestros; comparar los de aquel tiempo con la falsa imagen que vienen generando unos cuantos resulta pesaroso.
Quiero considerar lo ruinoso que resulta la ausencia de lideratos propios en el seno de la docencia organizada sin ninguna dependencia de partidos políticos.
Líderes engendrados por el propio que hacer es lo que me parece que ha faltado. Y es una lástima que así sea. Las violaciones de jóvenes estudiantes es el tope de la infamia y se quiere hacer pasar como si fuera “práctica común generalizada”, que forma de los programas de enseñanza. Nada más injusto.
Mi inolvidable escuela era instrumento formidable de integración social donde ricos y pobres tenían acceso común y bien compartido a la enseñanza. La comenzaron a desfigurar y a hacerla inhóspita las marejadas de violenta indisciplina surgidas junto a la libertad en el año 1961.
Lo he contado otras veces. Su descalabro fue doloroso; una pérdida sensible de aquel instrumento de unidad nacional desde el pupitre hasta el sepulcro. Todo, porque los tiempos de la utopía revolucionaria ardían en fervorosas promesas de una sociedad nueva que hacía necesario llegar a culpabilizar hasta esos humildes y modestos maestros de la opresión de cerca de un tercio de siglo que padeciéramos.
Así surgió como algo inaplazable la necesidad de la educación en el plano privado y paralelo. Los colegios, apenas existían tres, se multiplicaron generando dos planos distantes entre la infancia y la niñez de una condición social a otra. Un agrietamiento de la sociedad.
Las nuevas generaciones se exponían al grave perjuicio de la pérdida de la cercanía en el trato entre sus niños y sus jóvenes desde la escuela.
Quiero decir, dos naciones superpuestas sobre una misma tierra: una, con ciertos pujos de élites por ser pacífica; la otra, en proceso de hundirla en desórdenes crecientes, desacreditarla como nido de antisociales potenciales.
Los partidos políticos y los hombres públicos nuestros, sin importar su prestigio, no supieron, o no quisieron, abordar a fondo el trastorno y “aquellos polvos trajeron estos lodos.”
Un páramo sin horizontes ciertos se torna nuestra educación. Y esto, agravado con que la única demanda potente es el proveimiento de recursos colosales para los niveles de la docencia organizada, que hoy parece crujir sin alarma ni desaliento.
Nos hundimos más con ese lastre después de haber aprobado presupuestos del orden de 309,832 millones de pesos. La anarquía descuidada y muy palpitante y exigente la demanda de recursos, sin que haya sido capaz la autoridad de llevar a cabo rectificaciones de inconductas inimaginables, comenzando por las propias.
Ya en el último tramo de mi vida me atrevo a aconsejar a la inmensa mayoría de maestros nuestros, capaces y honestos, que asuman directamente con líderes autónomos las riendas de las enmiendas y se tornen fuertes para regenerar la disciplina.
Esto es plausible, siempre que se ejercieren autocríticas constructivas de las aberraciones que van apareciendo como líneas de conductas indebidas, porque a la sociedad lo que le ha estado llegando es un sórdido ruido de ventajas salariales y ha perdido la fe en la calidad final de la enseñanza impartida.
Vivimos, pues, una etapa muy sensible. Éstas últimas modalidades destructivas de escándalos, agravadas por las noticias que trascienden sobre la pérdida reciente del respeto del alumnado por el maestro, de la presencia de jóvenes estudiantes descarriados armados en capacidad de atemorizarlo.
Ahora bien, por encima de esas consideraciones he pensado que el Presidente de la República actual, así como cualquier otro que viniere, tienen la obligación de ordenar y llevar a cabo una auditoría profunda del manejo de los fondos llevados a niveles asombrosos por el 4% del PIB, después de aquellas febricitantes sombrillas amarillas, ya desaparecidas.
Esa sería una política pública grandiosa porque, en realidad, lo que perseguía aquello era alentar el siniestro plan de aumentar el número de aulas y planteles, cosa que terminó en un fracaso estrepitoso.
Sobre todo, se hace más que necesario para poder enfrentar la invasión silenciosa y continua de ilegales haitianos, como se ha venido haciendo en la invasión hospitalaria desde los vientres, destinadas ambas a asegurar las condiciones finales para la destrucción de nuestro Estado Nación.
Han corrido parejos los dos detrimentos; el de la enseñanza, más alevoso por sus cálculos estratégicos de dividirnos aún más.
¿Comprenden mis preocupaciones? Pero aún me anima la esperanza de que serán los propios Maestros de hoy quienes reaccionarán en un momento dado para reajustar tantas distorsiones lamentables.
Desde luego, no puedo callar mi demanda a los Maestros redentores en potencia, de que ayuden a alentar a las familias que tanto han confiado en ellos.
Mi propuesta sería, a la larga, un álbum bien voluminoso de la Patria para rendirles homenaje a todos los que se empeñen en esa gesta procera.
La escuela sigue siendo cofia sagrada de nuestra Patria tan bien integrada, ajena a los prejuicios raciales. Es necesario volver al pupitre común, restaurar las prácticas de enhestar la bandera con el canto nacional.
Llegar a envejecer todos convencidos de que no aparecerán amigos mejores en la aventura de la vida que aquellos logrados en la buena compañía del pupitre. Tal como fuera la escuela de entonces, sin ricos ni pobres.
Maestros ennoblecidos por la abnegación, pero dotados de la modestia y la capacidad de formar incesantemente buenos ciudadanos. La docencia actual tiene el desafío de la Gesta. La escuela necesaria. Amén.
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