Dos cartas de “Lo que pude vivir”

Esta entrega de hoy la medité durante un tiempo, porque tanto en La Pregunta como en las Reminiscencias del ListÍn Diario, hice su publicación como un adelanto de lo que ya está concebido en mi autobiografía “Lo que pude vivir”.

Asimismo, en esta entrega incluyo la mención de mi nombre que hiciera Joaquín Balaguer en el Prólogo de la obra “Al Cabo de los 100 Años”, de Rafael Augusto Sánchez (qepd), porque son las pruebas que he considerado siempre más valiosas del tipo de relación política y personal que mantuve durante gran parte de mi vida con él.

Veamos:

“Miami, Fla.

30 de enero de 1979.

Señor

Dr. Marino Vinicio Castillo,

Santo Domingo, Rep. Dom.

Distinguido amigo:

Conozco de sobra su carácter independiente y no me es difícil medir la magnitud del sacrificio que se impone al asociarse a todo lo que no se avenga a esa manera de ser, tan libre y espontánea.  Pero dada la destacada participación que usted ha tenido en la política nacional de los últimos tiempos, así como los altísimos servicios que ha prestado a la causa encarnada en el Partido que dirijo, no vacilo en invitarle muy cordialmente a ocupar en nuestra vida pública una posición definida al lado de quienes mayor afinidad tienen con sus afanes patrióticos y con sus ideas políticas.

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Si usted se decidiera a dar este paso, creo que no sólo ganaría el Partido Reformista y quienes lo dirigen actualmente, ya que su causa se vería avalada por el prestigio de un hombre cuya voz ha tenido, en los últimos tiempos, profundas repercusiones en todo el ámbito dominicano, sino también el país que recibiría la contribución desinteresada de un hombre que hasta hoy se ha distinguido por su amor a la causa de las clases que permanecen en nuestro medio oprimidas por injusticias seculares.

La posición que usted ocuparía en nuestro Partido, en caso de aceptar la invitación que por medio de estas líneas le formulo, obedeciendo no sólo a mi propio impulso, sino también al de muchos de mis allegados más señalados, sería objeto de consultas con usted mismo en el momento que usted considere oportuno.

Aprovecho esta oportunidad para renovarle los sentimientos de mi sincera admiración, de mi invariable afecto y de mi confianza inquebrantable.

Atentamente,

Joaquín Balaguer”

“Santo Domingo, D.N.

31 de enero de 1979.

Señor

Dr. Joaquín Balaguer

Miami, Fla.

E.U.A.

Noble amigo:

Aún está en mis manos su generosa carta.  Al contestarla me siento estremecido por una gratitud que asume acento filial.

Una gran parte de mi vida la he pasado estrechamente vinculado en lo espiritual a la expresión de la causa nacional que se ha encarnado en su penetrante pensamiento social y en el indescriptible ahínco con que su humanismo ha sabido servir a la Patria.

En verdad, quien lo ha seguido y amado desde los tiempos tormentosos del 61, pasando por el milagro de una república resucitada de las ruinas de sus discordias civiles, hasta la dramática culminación de mayo del 79, sólo puede encontrar la honda satisfacción de sentirse honrado con la amistad de tan brillante, como modesto, hacedor de historia nacional.

Ahora bien, si por haber arrimado mi hombro débil en horas de tribulaciones y conflictos, usted me ha llegado a considerar acreedor de algún reconocimiento, quiero expresarle mi ruego de que sólo se repute en mi favor, como mérito, el haber servido con una limpia y firme lealtad en todo cuanto sostuviera para combatir las endemoniadas maquinaciones de baja política que condujeran la República a la sensible situación de un hoy dominado por incertidumbre y una impericia social abismal en quienes dirigen sus destinos.

De ahí proviene la fuerza moral que me asiste para significarle que, a menos que usted, como incontestable cabeza del Reformismo, asumiere el énfasis de una sustancial renovación, capaz de erradicar los vicios y lisios de la organización y de convertirla en una verdadera opción de futuro, sin mengua de nuestra vieja e inconmovible amistad personal, resolvería mantenerme absoluta y terminantemente al margen del quehacer político.

Sé bien que con tal decisión estoy tocando delicadas fibras de la relación de afecto que siempre nos ha unido.  Sin embargo, preferiría adoptar esa amarga e inusitada actitud de silencio y marginación, antes de consentir en una participación irresponsable en las luchas de un Reformismo tarado por la doblez y la traición de muchos de sus usufructuarios que, pese a haber fungido de dirigentes durante un tiempo que emplearan para el hartazgo y el peculado, a espaldas de la gran obra del líder consagrado, en las horas supremas de desgracia se prestaron para la colusión lisonjera con los vesánicos adversarios, haciendo público alarde de una cobardía sin nombre.

No podría ser otro mi propósito, querido amigo, que el de servirle mi verdad en estos momentos en que precisa tanto la República de una organización política capaz de concitar el interés y la Fe, no sólo de sus masas postradas y desalentadas, sino también de otros estratos sociales nuestros, terriblemente desguarecidos de sanas estructuras donde no otorgue principalía el dinero, en lugar del mensaje y la honradez.

Mi verdad me agobia porque me lleva a la pesadumbre de apartarme de cuanto he seguido.  Mas, si me torno vacilante tengo la convicción de que estaría contribuyendo, con felonía, con algo que columbro como un desastre.

En dos palabras:  Al Partido sólo lo salva su líder, si se decide a definir y formular ante el pueblo el énfasis de renovación con que lo concibe y ansía.  Es decir, únicamente una proclamación fuerte acerca de verdaderas transformaciones para lo porvenir, podría revitalizarlo.  Y nadie, fuera del líder, incluso mi pugnaz vehemencia, podría persuadir a ese pueblo, reformista y no reformista, de que los nuevos empeños estarían permeados por imperativos éticos de gran nivel.

La realidad nos enseña que el rufianismo constituye un peso muerto que arrastraría al Partido y a su propio líder a un descrédito perpetuo, que sólo aquél merece.

Tanto mi familia como yo hemos rogado al Señor por su restablecimiento, reciba, pues, el abrazo de su amigo inquebrantable de siempre.

Marino Vinicio Castillo”

Segmento del Prólogo:

“… En las generaciones posteriores a la suya, sólo dos juristas dominicanos han rivalizado con él en la fuerza del pensamiento y en la originalidad de sus enfoques geniales: Manuel Arturo Peña Batlle y Marino Vinicio Castillo.  El primero, desaparecido a destiempo, y el último, en la plenitud actualmente de su ascenso como figura estelar de la tribuna forense dominicana ….”

Todos mis hijos, a la vez, me han solicitado que adelante en los trabajos de “Lo que pude vivir”, pero yo siempre les he dicho: Es que tengo que ir despacio, porque ya a mis años resulta difícil poder compendiar todas las cosas en las cuales, o fui testigo, o participé, en ese último medio siglo del pasado.

La idea es que Pelegrín, que es el que más ha insistido en ello, me ha dicho siempre: “El que no escribe su historia corre el riesgo de que otros se la escriban”.  Y yo he admitido la observación y quizás ha sido el argumento más eficaz para ocuparme, aunque de tarde en tarde, en mi autobiografía de mención.

Claro está, tan sólo recoger las tantas experiencias que tuve con ese Maestro del Poder que fuera 22 años Presidente de la República no es tarea fácil, porque fueron muchos los episodios nacionales en los cuales, de una manera u otra, yo quedaba incorporado, según dije, o como testigo, o como actor.

Eso tan sólo le permite a ustedes, amables lectores, suponer lo voluminosa que va a resultar esa tarea, que para mí resulta de Romano, porque fue muy intensa la vida y muy prolongada la que me ofreció esa experiencia magnífica de conocer aquel hombre en los momentos más difíciles del país, al grado de que he escrito en los medios donde lo he hecho siempre que, en realidad, la relación nuestra fue muy peculiar.  No fui de su círculo íntimo, por ejemplo; no fui miembro de sus Gabinetes y me empeñaba en poner de relieve siempre que yo no seguía al Balaguer Presidente, sino más bien al Balaguer Historia.

Escribí con emoción, y pienso incorporarla a mi autobiografía, lo que consideré que era la modalidad más importante de ese Estadista, independientemente de sus obras materiales, que no vienen al caso ponderarlas, cuando me refería a las Tres Transiciones cruciales en que tuvo que dirigir.  Una, la más crítica y peligrosa, la del año 1961 a raíz de la muerte de Trujillo; otra, en el 1966, terminada la Guerra Civil y la ocupación militar extrajera; y otra, bien escabrosa, la de las tormentosas Impugnaciones Electorales del 1978.

De todas ellas tengo un material muy interesante para compendiar eso que afirmo, en cuanto a lo singular que fueron mis relaciones con aquel exponente tan sereno y diestro como Jefe de Estado.

Ahora, me encuentro con que, además del material que he podido acumular por entrevistas sucesivas hechas por mi nieto Pelegrín Enrique, en el empeño de adelantar los trabajos de recopilación propiamente de pruebas, datos y fechas y de sucesos, mi hijo Vinicio, que ya está establecido como columnista semanal del Listín Diario, me hizo una oferta que me atrajo: La de hacerme él las entrevistas, además de las de mi nieto, porque así podríamos ganar velocidad para la preparación de lo que  habrá de editarse.

En fin, me siento feliz porque Dios me ha permitido vivir largo tiempo y conocer en retrospectiva cuánto pude tener de razón y cuánto pudo haber de error en mi vida pública tan tórrida.

Tengo verdaderas joyas personales en el trato con aquel hombre profundo y sereno, culto hasta lo indecible, que me distinguió tanto y confió mucho siempre en la lealtad de ese amigo que le rehusó posiciones muy altas, pero que en la más crucial, que era su Programa de Leyes Agrarias, pasó a ser uno  entre los veinte buenos amigos que él repartiera en cuatro Comisiones de cinco Miembros cada una, una especie de Inspector General y Personal en cuanto a las otras cuando era su deber específico  la Comisión de Recuperación de Tierras del Estado y Terrenos Baldíos.  Todos esforzados amigos, a quienes respeté ante la dedicación leal de aquellas funciones, que muchos amigos de hoy no creen que sólo merecieran la condición de Miembros de esas Comisiones con rango de Secretario de Estado, percibiendo un sueldo de apenas Mil Pesos cada uno.

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Freddy Prestol Castillo, Manuel de Jesús Viñas Cáceres, Miguel Dargán, Vinicio Báez Berg y los otros del mismo nivel de probidad y decencia, participamos en aquel esfuerzo del que muchas veces yo he citado episodios interesantes, según les digo precedentemente.

Esos episodios de trato personal con el Maestro del Poder los llevaré a mi autobiografía “Lo que pude Vivir” porque fue en aquella ocasión cuando estuve más cercano del gran Líder y, como ha sido mi manera de ser siempre, ya en diciembre del año 1973, antes de cumplirse dos años del Programa, le presentaba renuncia al mismo y entre las razones que daba era una que a él siempre le pareció muy sincera y me dio la razón: Me fui en carta de fecha 10 de diciembre del año 1973 y le dije “que el Programa estaba naufragando porque la burocracia, en general, no tenía la mística impulsora para un empeño de tal naturaleza y que, además,  había dentro de su propio gobierno una especie de Contrarreforma Agraria que era indignante.”  Y así le dije otras cosas no menos severas.

Recuerdo que en el año 1974, en las elecciones tan traumáticas, escribí un artículo “El Ocaso de las Instituciones, peligroso camino”, en la Revista Ahora, que a él lo contrarió mucho y nos mantuvimos distantes hasta el año 1976 en que él, al través de un amigo común, me invitó a Palacio a la puesta en circulación del libro referido “Al Cabo de los 100 Años”, para que oyera lo que él había escrito de mí en el Prólogo.

Así fue.  Restablecimos las relaciones, pero para mi asombro días después, me hizo llamar para proponerme que fuera Presidente de la Refinería Dominicana de Petróleo.  Ese fue quizás otro episodio interesantísimo, que en mi autobiografía yo lo contaré con los detalles que debe llevar.  Le dije en la propuesta: “Pero usted tiene gente importante allá en la Refinería; don Hugh Brache, que es un ejemplo; él la puede presidir porque ha muerto su gran amigo Apolinar Henríquez, don Quiquí, que la presidía.”

Bien, el hecho fue interesante porque hacía tres días del fallecimiento de ese eminente ciudadano y me sorprendí estando en mi campo al enterarme del panegírico magnífico que el Presidente Balaguer le había dedicado a quien él consideraba, como a su otra amiga, la maestra Urania Montás, que tenían un peso moral similar al de la mayoría silenciosa de las preferencias electorales.

¿Cuál fue mi asombro?  Leer luego parte de ese panegírico, que más o menos fueron sus palabras las siguientes:  “Te vas, amigo.  Pierdo con ello tu lengua de verdad y me dejas en medio de esta Jauría de falsos amigos.”

Me decía un amigo que estaban acompañando al Presidente Balaguer en esa ocasión, que había personas muy cercanas, “amigos íntimos” de la casa, y que sus caras se turbaron porque resultaba muy duro eso de: “… y me dejas en medio de esta Jauría de falsos amigos.”

En suma, me he sentido alegre de comenzar a repasar todo ese material y la verdad es que he encontrado cosas interesantísimas qué relatar.  Aguardemos, pues, que Dios Nuestro Señor me dé algún tiempo más para poder complacer a mis hijos, y pienso que a ustedes mismos, amables lectores, haciéndoles un compendio veraz, serio, justo, de lo que fueran las relaciones políticas y personales que mantuvimos Joaquín Balaguer y yo, desde el año 1961 hasta su muerte. 

Debo detenerme por razones de espacio, desde luego, y formulo mis preguntas: ¿No esperan ustedes que en mi autobiografía “Lo que pude vivir” aparezcan esos episodios relatados con todos los detalles?  ¿Consideran que mis relatos pueden ser útiles en el plano histórico, tanto como para entender lo que aquel hombre, Joaquín Balaguer, significó para la República Dominicana?

Confío en que Dios, al saber de todo aquello, quizás me concedió la gracia de vivir tantos años.

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